14.1.11

LUIS HERNÁN RAMÍREZ










 

LUIS HERNAN RAMÍREZ 
En la Academia Peruana
de la Lengua



En acto de justo reconocimiento la Academia Peruana de la Lengua recibe hoy en su seno al doctor  Luis Hernán Ramírez, vitalmente consagrado al estudio de las estructuras y las excelencias  del idioma y profesor de Lingüística de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.  Ya había tenido trato familiar con la poesía, cuando inició sus estudios en nuestra vieja casa.  En tempranas estaciones de su especialización fue requerido para impartir sus enseñanzas en la Universidad “San Cristóbal”, de Huamanga: La Universidad Nacional de Educación; la Universidad “San Luis Gonzaga”, de Ica; y la Universidad Particular ”Ricardo Palma”.  Pero lejos de encandilarse con la relativa preeminencia del magisterio, buscó perfeccionamiento de su formación científica en el Instituto Caro y Cuervo, de Bogotá, o en los cursos que siguió en Montevideo y México. Y aun después de obtener el doctorado el 5 de enero de 1967, asistió a un curso de Lingüística Española en Málaga; y durante dos años tuvo oportunidad de compartir tareas con los especialistas del prestigioso Instituto de Lingüística de la Universidad de Bucarest.  Por tanto, no incurrimos en una formalidad, ni en acto de mera cortesía si expresamos nuestra confianza en la fecunda colaboración que a nuestra Academia ha de reportar la incorporación del doctor Luis Hernán Ramírez.

Desde sus juveniles Poemas de Soledad y Sombra (1958), la creación lírica de Luis Hernán Ramírez se ha volcado sólo en dos compilaciones, cuya relativa brevedad sugiere cierto carácter antológico, a saber: Sobre el Dorso de la Noche (1965) y Piel o Sombra Amada (1973).  No obstante los dilatados espacios temporales  que separan la aparición de tales poemarios, y las naturales alteraciones que en su tesitura obedecieron a los procesos psicológicos y verbales, puede advertirse en ellos una línea expresiva e indudable coherencia anímica; o, mejor dicho, una vocación.  Fue testimonial, discursiva, fluidamente propicia a la asociación de imágenes descriptivas y matices:

Ahora puedo ver el paisaje vertical de los sueños
Puedo ver un ángel enredado en la lluvia
o la estrella que canta incrustada en el espejo,
o la fruta madura entre palomas caídas;
puedo ver la rosa nacida en tu costado,
ver la luna herida en la mitad de la noche.
o la noche herida en la mitad de la luna;
puedo ver todo esto y aprender el canto de los pájaros,
llegar al borde del agua y saltar a tus ojos,
o caer hacia la luz en cada tarde.



Y se torna sobria, decanta y recata la declaración sentimental, evita la adjetivación el cual suelen descomponerse las honduras del alma, para depurar el recuerdo y presentarlo en su más ingenua sencillez:


                  Entre la hierba
                  Y la tarde
                  el cielo
                  se desgrana
                  Y suelta sus espigas
                  de besos como llanto
                  o pez inagotable.


            Pero a través de sus variaciones métricas, y su mayor o menor abundancia retórica, las mismas afinidades o inquietudes asoman porfiadamente, y confieren a la palabra un temblor característico.

            Su eje, su voz tácita y casi soterrada, es quizá su rebeldía existencial.  No es diferente a la implícita rebeldía que ante las imperfecciones de la vida volcó a los místicos hacia un ideal ultraterreno; ni a la expresada  por los románticos en sus lamentaciones contra el dolor y la injusticia; ni a la alentada por los modernistas en su viril orientación a la vida, tras el cansancio que en su ánimo forjaron los crepúsculos  y la afectación esteticista; y así como en los albores del presente siglo pudo incitar al poeta a retorcerle el cuello al cisne, tal vez para apurarlo a emitir la premonitoria tristeza de su canto e inaugurar una plena afirmación de la euforia creadora y el optimismo vital;  así, según Luis Hernán Ramírez. “hay que torcerle el cuello al mundo” y, en tanto que basta esa frase para definir la condicionante influencia que nuestro tiempo ejerce en su sensibilidad, se podrá advertir que sólo cautelosamente  la deja aflorar en algunas disonancias de su mensaje lírico.  Pero prefiere sofocar la efusión de aquella rebeldía, para hacerla fluir mediante otras formas de comunicación, y preservar la unidad temática de sus poemas. Dice:


                 Hombre de amor,
                 de íntimos paisajes;
                 hombre de paz,
                 de rocas augurales;
                 urge tu palabra
                 feroz en la pelea;
                 urge tu puño
                 en la feroz contienda,
                 tu cadáver herido
                 en el temblor del cielo,
                 tu corazón abierto
                 en los cantos del alba.

            Fácilmente destacan las vivencias, que el curso del tiempo y el espacio han sido las más fecundas fuentes de poesía, y a las cuales confieren originalidad las circunstancias personales del poeta.  Fundamentalmente el amor y la belleza; y a su lado los sentimientos familiares, la naturaleza, la vida.  La tristeza y el dolor parecen pasar de soslayo, muy discretamente, para dar énfasis a la afirmación de la alegría y el placer.  Y el complejo anímico, en frases tenues, luce su integridad a través de los relieves prismáticos de la imaginería:

                    He descubierto
                    tu nombre
                    en el perfil
                    de una rosa,
                    ruiseñor
                    de puro labio,
                    relámpagos
                    y almendras,
                    o tarde mutilada
                   de pasos y poemas.

            Sus esencias nos dicen que la poesía de Luis Hernán Ramírez es para ser musitada antes que dicha.  Fruto de sublimadas evocaciones  y acendrados fervores, es tierna, sugerente, cálidamente humana.

            Por motivaciones académicas, o por el deseo de aproximarse a los valores históricos de algunos escritores, Luis Hernán Ramírez ha cultivado dos orientaciones diferentes en sus estudios literarios.  La primera aparece en las dos tesis que presentó el la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para optar los grados de Bachiller en Humanidades y Doctor en Literatura y que se hallan consagradas a  Estilo y Poesía de Javier Sologuren (1967) y El Epíteto en la Poesía de León de Grieff (1969), respectivamente.  Y la segunda en los ensayos que ha dedicado a  José Carlos Mariategui, al poeta búlgaro Níkola Vaptzarov y al magistral humanista Andrés Bello.

            Las mencionadas tesis inciden en los procedimientos estilísticos, mediante los cuales realzan sus concepciones los poetas a quienes se refieren: ya, eludiendo el arte que en sus composiciones despliega Javier Sologuren, mediante la utilización de ciertos ritmos, la adjetivación, la enumeración destinada a describir el orden o el caos, la comparación, la representación del tiempo, las nuevas formas conceptuales, y el simbolismo intencionalmente embozado tras las menciones paralelas;  ya en las formas de relieve que logra el colombiano León de Grieff, en virtud de la anteposición o la posposición de los epítetos, las versátiles asociaciones de sinónimos o antónimos, la sucesión seriada de varios en los cuales representa cualidades de un mismo objeto o movimiento anímico, y, en general, el uso innovadoramente  enderezado  a la caracterización o a la descripción del tema poético. Unas veces con notoria agudeza, o a manera de simple sugerencia, tiende a destacar los secretos de la creación, la espontánea habilidad o el artificio premeditado, la fácil emisión del discurso o la esforzada búsqueda de efectos rítmicos.  Y por inferencia, o por asociación simpatética, halla el mundo que el poeta elude o que subyace bajo la magia de su palabra encantada.  Pero el mero desvelamiento de los recursos escrutados e individualizados por la retórica, puede inclinar a creer que la taumaturgia lírica de Javier Sologuren o la angustiada existencia de León de Grieff se han reducido a un juego verbal; y  echamos de menos una cordial insistencia en la significación de los perfíles oníricos o las recónditas tensiones de esos poetas traducen en sus respectivas.  La retórica es sólo oficio. Y tras de ella es preciso ver al hombre que se nutre y lucha, que siembra y enseña, que ama y sueña.

            Muy diferentes son los ensayos en los cuales destaca Luis Hernán Ramírez algunos aspectos de la vida y la obra de algunos escritores representativos, porque no se limitan a escrutar en las formas de su estilo, o a definir algunos secretos de su originalidad.  Y, apoyándose virtualmente en una previa aceptación de su eminencia, ha incidido en alguna faceta que los distingue.  Así ha examinado los artículos que José Carlos Mariategui dedicara a las corrientes literarias y a los escritores de su tiempo, y ha destacado los juicios que formulara en torno a su ubicación social e ideológica, así como la trascendencia de la obra que cumplieron.  Ha trazado la viril oposición de Nicola Vaptzarov contra la barbarie desplegada por el fascismo en su país y la exultante eclosión de su poesía.  Y en los magistrales trabajos de Andrés Bello ha dado preferencia a la lingüística y a la literatura, para mostrar la permanencia de sus enseñanzas y la señera estatura de su personalidad.

            Por la trémula y sugerente intensidad de su labor creadora, y por el rigor de los análisis en los cuales ha sabido destacar valores y proyecciones de señeras obras literarias, la Academia Peruana de la Lengua acoge auspiciosamente al doctor Luis Hernán Ramírez.  Y a través del diálogo, enderezado a esclarecer motivaciones y afinidades del habla y el estilo, espera avivar esas inquietudes que en los umbrales de la conciencia insinúa o define la palabra precisa, grávida, bella.  La palabra que entraña la angustia, la esperanza y la dignidad del hombre.  Y que en las tenues luces del crepúsculo o del alba de nuestros días puede anunciar la plenitud.


DISCUSO DE RESPUESTA DE DON ALBERTO TAURO DEL PINO EN EL ACTO DE INCORPORACIÓN A LA ACADEMIA PERUANA DE LA LENGUA.

  • Publicado en el Boletín de la Academia Peruana de la Lengua No.16 - Lima, 1981

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...